lunes, 17 de abril de 2017

VIAJAR A LAS ARENAS EN 1900




Viajar a Areeta-Las Arenas en 1900, fantástico viaje en el tiempo, que nos permitiría tener una visión de nuestro barrio diferente a la actual, y apreciar algunas cosas ya desaparecidas, y quizá repensar otras que hicimos mal.

De Las Arenas en 1900 un sagaz escritor bilbaíno decía: “...He aquí una anexión de terreno cuya conquista no nos costó la más insignificante gota de sangre, y cuyo mantenimiento no nos llevará nunca al sacrificio, y menos a la vergüenza, como nos han llevado otras anexiones de amarga memoria…, hace 30 años Las Arenas no era independiente, ni era de nadie, porque no existía; el mar la cubría con su oleaje, los barcos la araban con sus quillas, y en lo que hoy es bosque se tendían las redes de pesca, era aquello una marisma extensa, que en las pleamares desaparecía bajo las aguas, y en las resacas quedaba reducida a pantanos infectos…, desecadas las marismas, surgió allí un hermoso valle, de una gran fecundidad por su riqueza orgánica, levantándose casas de labranza y pequeñas alquerías…, las personas adineradas edificaron allí preciosas quintas y bellos hoteles, villas donde vivir lejos del ambiente enrarecido de la capital, buscaban un lugar donde descansar los días festivos...” Era casi una descripción de la evolución que nuestro barrio había tenido en ese cuarto de siglo.


Así que viajar a Las Arenas en 1900 era lo que se recomendaba en la prensa local, decían que era uno de los puntos más bonitos de la costa Cantábrica. Lo recomendaban por su espaciosa playa, y no era para menos, entonces iba desde Churruca hasta la Bola; el sin numero de palacetes, chalets y villas, sus Balnearios de agua caliente y fría que hacían de la población un lugar tranquilo de una belleza sin par. Otro de sus atractivos eran sus extensos poblados de pinares (hoy tan solo quedan unos pocos ejemplares entre las calles Lertegi y Cristonal Valdes), que iban desde el borde del mar hasta Santa Ana. Y como no, las entonces cómodas y decían rápidas comunicaciones, con Bilbao, Portugalete y Algorta. Todo ello hacía de nuestro barrio un lugar idílico al que acudir, sobre todo en los veranos. Tal es así que numerosas familias, del centro peninsular, acudían durante los tres meses del estío para disfrutar de su delicioso y suave clima.

El ferrocarril de Bilbao a Las Arenas funcionaba desde las seis de la mañana hasta las ocho de la noche, poniendo en comunicación ambas poblaciones 11 veces al día. El tranvía, que paraba en la Plazuela de Las Arenas (actual Puente Bizkaia) lo hacía 59 veces. Esos servicios eran durante el invierno y en verano casi se doblaban. Advertían también que otra de las opciones para venir desde Bilbao era utilizar el ferrocarril de la margen izquierda, que llegaba hasta Portugalete. Por comparar las prestaciones que daban ambas compañías, el de Portugalete disponía de una maquina seis coches y el furgón, mientras que el de Las Arenas tenía una maquina tres coches y furgón. El servicio de tranvías tenía motor y remolque para el de Las Arenas, mientras que el de Santurce tan solo tenía motor.


Pero había algo que dificultaba el que la elección de nuestra playa y sus establecimientos hoteleros tuvieran mayor aceptación, el servicio de correos. Y eso a pesar de que numerosas familias de Madrid y provincias acudían a nuestra localidad, de que fuera el punto de recreo de todos los bilbaínos, a pesar de vivir en ella todo el año importantes personajes, políticos, industriales y comerciantes, una carta depositada a las once de la mañana en la administración de correos de Bilbao, no llegaba a Las Arenas hasta las cinco de la tarde del día siguiente. Se criticaba que a un vecino de nuestro barrio, una carta de papel comercial regular, con sello de franqueo, puente Bizkaia incluido para hacerlo más rápido le costaba 0,45 pesetas; ni que decir que el servicio de telégrafos era algo prohibitivo, así que el poder mantener aquella correspondencia era algo limitado a los “capitalistas” de la época.


No es por lo tanto extraño que a aquel mes de junio a la belleza del pueblo, sus conciertos, baños de mar y paseos por el bosque de pinos, se le uniera un acontecimiento que se da dos veces al año, el Ecilpse solar. El domingo 27 de mayo, lejos ya del miedo de la edad media, cuando eran considerados como la cólera de los cielos, las gentes del barrio se lanzaron a la calle a ver aquel espectáculo !pocas veces se puede ver uno total!, !Por fin el Eclipse llegó!, desde las doce del medio día un gran número de curiosos observaban el firmamento provistos de cristales ahumados, que algunos chiquillos vendían, a las tres de la tarde el gentío llenaba las inmediaciones de la playa, también las ocurrencias pasaron sus peajes: “...algunos más provisto de deseo que de inteligencia llevaron desde sus hogares cristales ahumados en el hornillo de la cocina, saliendo al final de sus observaciones con su cara tiznada...” Por la mañana los maestros de las escuelas dieron a los alumnos algunas explicaciones del fenómeno, dejándoles la tarde libre para disfrutar del evento, para las cuatro de la tarde el espectáculo había concluido.


Aquel mismo verano se sacaba a concurso la construcción de las escuelas y en sus bajos el mercado de Las Arenas, se trataba de la Plaza de las Escuelas de Paulino Mendivil !El pueblo crecía!.

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