lunes, 11 de abril de 2016

LA INAUGURACIÓN DE LA GRÚA TITÁN



La Grúa Titán, mejor las Grúas Titán, pues fueron dos, situadas una en cada espigón, de las que ya hablé en mis entradas del 5 de enero en “La Grúa Titán, un emblema de ingeniería desperdiciado” y el 24 de octubre del 2012 en “Los Contramuelles”, se utilizaron para reforzar los contramuelles con bloques de 60 toneladas. La construcción del puerto se realizó entre 1873 a 1902, y vio colocar el último de esos ciclópeos cubos de hormigón el día 7 de septiembre de 1902 en la punta del morro del espigón de Santurce.

El acto contó con una ostentosa presencia de ornamentos y autoridades, incluida la presencia real. De hecho, ya desde día 30 de agosto, el Puente Bizkaia, aparecía decorado con letreros de bienvenida en las poleas del transbordador con letras de casi cuatro metros de altura y una majestuosa iluminación de 7.500 lámparas. El estado de la mar durante los últimos ocho días había impedido que su inauguración se realizara el 2 de septiembre como estaba previsto. La víspera se anunciaba en toda la prensa local el acto de colocación del último bloque de las obras del rompeolas de nuestro puerto exterior.


Para la asistencia al acto se dispusieron las siguientes medidas: a las dos de la tarde iba a salir del muelle de la Sendeja el vapor “Elcano”, conduciendo a las primeras autoridades civiles y militares, presidentes de las Corporaciones provincial y municipal, obispo de la diócesis, representantes de la provincia en las Cortes y representantes de la Junta de Obras del Puerto. A las dos y cuarto lo iban a hacer, a bordo de los gánguiles de la Junta de Obras, el resto de invitados al acto que no ostentaran representación oficial. La víspera, en Portugalete llamaba la atención la iluminación del palacio del conde de Rodas y algunas otras fincas. También lo hacían en Las Arenas la estación del tranvía y otros edificios. Los rompeolas de Santurce y Algorta también estaban perfectamente iluminados.


A las cuatro y media de la tarde del día 7 comenzó la ceremonia dé colocación del último bloque en el rompeolas. El obispo de la diócesis, vestido de pontifical al frente del clero de Santurce, bendijo la última piedra. El presidente de la Junta de Obras del puerto D. Eduardo Coste y Vildosola leyó un discurso en el que hacía referencia a que: “...tras largo tiempo de preparación, la primera idea surgió de la Junta de Comercio de Bizkaia en el año 1872, por fin se hace realidad la consecución de un gran puerto comercial de primer orden en el Abra. Tras la segunda guerra Carlista en 1876, se retomó el proyecto. Por reales ordenes de julio y septiembre de 1877 fueron aprobados, tanto el reglamento como las tarifas, y en Octubre del mismo año fue nombrado por el Ministro de Fomento, ingeniero director de las obras, D. Evaristo de Churruca. Por la ría, que en bajamar apenas podía subir a Bilbao un bote; y en pleamar un buque con ocho pies de calado, suben hoy a sus muelles vapores de cinco mil toneladas...”. El importé de las obras de la ría, barra y puerto ascendieron a la respetable suma de cincuenta millones de pesetas.


Al pulsar el botón que hizo bajar el último bloque fueron lanzados una salva de cohetes y ruidosas bombas, que junto al ensordecedor sonido de las sirenas de los barcos de vapor, dieron al acto un colofón memorable. Tras la firma del acta los vapores emprendieron camino hacia sus bases, entre aquellos vapores estaban el “Algorta”, “Laurac-bat”, “Nervión” y “Vizcaya”. Cuando se extendían sobre el Abra las primeras sombras de la noche, la concurrencia en Portugalete, Las Arenas, Santurce y Algorta era extraordinaria. En las plazas de Portugalete y Las Arenas las bandas de música amenizaban la tarde.



Una crítica surgió en la prensa local acerca de la actitud de la prensa de la Corte: “...Bien podían los periódicos madrileños de gran circulación “El Imparcial”, “El Heraldo”, “La Correspondencia”, ocuparse de la obra, no como fiesta regia, sino como obra hidráulica, donde la inteligencia humana ha sabido vencer a un elemento tan terrible como el mar...” Aquella obra fue el principio de la transformación de un paisaje hasta entonces salvaje, en el que las mareas y la barra resultaban casi imposible de sortear, provocando innumerables naufragios.

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