miércoles, 8 de octubre de 2014

AÑOS 50. LOS BARRAQUEROS


Durante los años 50 y comienzo de los 60, era típico ver llegar a los “Barraqueros”. No había fiesta que se preciara, que no contara con esa “trupp” de gentes de humilde condición; unas forzadas por la necesidad, otras por tradición familiar, todas utilizando el mismo medio como sistema de vida. Estas gentes animaron nuestras fiestas locales, unos con atracciones “de las caras”, otros con puestos más modestos, más humildes. Acudían, previa solicitud al Ayuntamiento, para ambientar nuestras fiestas y llevar pan a sus casas. 


Era durante las Fiestas de Santa Ana, San Ignazio y Las Mercedes, fundamentalmente, en las que la concentración de estos feriantes se hacía sentir con más intensidad. En las fiestas de Santiago y Santa Ana, en Areeta-Las Arenas, se agolpaban a lo largo y ancho de la calle Santa Ana, desde la calle Gobela hasta la ermita de la santa. Innumerables puestos de todo tipo, tiro con carabinas de aire comprimido, tiro con pelotas de trapo, churrerías, puestos de venta de dulces y coco, tómbolas, tiovivos de barcas voladoras, autos de choque, balances, carruseles de caballitos, tobogán, y hasta simples mesitas de madera en las que vendían chufas, caramelos y pan de higo; sin olvidar la chozna merendero. En la festividad de San Ignazio estos feriantes se agolpaban a lo largo de la playa de Ereaga y en algunas ocasiones en el relleno del Puerto. Mientras que, durante Las Mercedes, lo hacían tras la iglesia del mismo nombre. Algún año lo hicieron en una pequeña campa que estaba entre las calles Areetako Etorbidea y Barria. 

 
Aquellas festividades incluso fueron motivo de conflictos como el acaecido durante las Fiestas de Santa Ana de 1950, donde por la instalación de unos puestos de aceitunas y chucherías para niños, se produjo un enfrentamiento entre el responsable de feriantes y el responsable de la Jefatura Municipal, en el que intervino también el Jefe de Celadores. Aquel conflicto, quizá más debido a un exceso de autoridad del Jefe Municipal, que a razones objetivas, supuso un intercambio epistolar entre ambos y el Alcalde de Getxo, haciendo ambos ver sus puntos de vista. Llegando a plantear el Sr. del Burgo (Jefe del Cuerpo de Arbitrios) que el Sr. Libano (responsable de la Jefatura Municipal), que se había “...dedicado a intrigar con los concejales de Las Arenas para salirse con la suya...”. Aducía el Sr. del Burgo, no falto de razón, que aquella pobre gente (se refería a los feriantes) “...tenían hechas las acometidas eléctricas para sus modestos puestos, y pagadas ”las muchas pesetas que les cobra la compañía eléctrica”, merecen más consideración, máxime cuando no estorban a nadie...”. 

 
Fiestas que contaban con profusión de engalanaduras en escaparates y balcones, otorgando premios a comerciantes y vecinos, hasta de 1000 pesetas (escaparates) y 500 pesetas (balcones). Incluso con premios sorpresa como el establecido durante las fiestas de San Ignazio en Ereaga “El Cofre de los Piratas”, que era enterrado en la playa con una sustanciosa cantidad para la época 500 pesetas y que resultó casi imposible de localizar debido a la profundidad a la que fue enterrado. Incluso contaron con servicios de trolebuses especiales durante dichas fiestas. 

 
Contaban aquellos festejos con un presupuesto, en 1952 de 55.600 pesetas, de los que gracias a las aportaciones de los feriantes por la instalación de barracas y puestos se recaudaron 43.516,15 pesetas, correspondiendo a los feriantes de Santiago y Santa Ana (12.766,15 pesetas), Fiestas de la Avanzada (1.546,50), Fiestas de San Ignazio (22.231,50), Las Mercedes (5.824,50) y las de Andra Mari (1.147,50). 

 
Como refería al comienzo, aquellos feriantes, unos de mayor poderío económico que otros, instalaban diversos puestos como las casetas de tiro de Francisco Carrillo, Saturnino Lázaro y Angel García; las churrerías de José Cordivilla y Jesús Calleja; el Carrusel de olas de Jacinto Pedrosa; los puestos de venta de aceitunas y cocos de Julio Álava y Félix la Cruz; los siempre deseados por los pequeños puestos de globos de Máximo Mendieta y Rafael Tapia y los queridos puestos de barquillos y caramelos de Valentín Manteca y Arcadia Torrecilla. Por uno de aquellos puestos de tiro, durante las fiestas de Las Mercedes el vecino de la calle Santa Eugenia de Romo Francisco Carrillo, llegó a pagar 200 pesetas. Incluso había puestos de tiro llamados “a la perra gorda” (nombre con el que se denominaba a la moneda de 10 céntimos), que instaló durante las fiestas de Andra Mari en 1954 Santiago Llorente Malumbres y por el que junto a otros dos puestos de su propiedad abonó 300 pesetas. 

 
Fiestas que contaban con una atracción que se ha perpetuado a lo largo de los años “el toro de fuego”. Hasta aquí una pequeña reseña de aquellos humildes feriantes, que en los años 1950-60, recorrieron nuestros barrios, y que llevaron a niños y mayores la ilusión de la música y colores, que los tiovivos giradores, con sus sillas colgando de cadenas, hacían soñar a los pequeños con viajes siderales.

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